Cuentan que en la carpintería hubo una extraña asamblea, una reunión de herramientas para arreglar diferencias. El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea protestó porque se pasaba el tiempo haciendo ruido.
El martillo reconoció su culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo, argumentando que había que darle demasiadas vueltas para que sirviera. El tornillo aceptó el ataque pero exigió la expulsión de la lija. Señaló que era áspera en su trato y tenía fricciones con los demás. Y la lija estuvo de acuerdo pero exigió que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás como si fuera el único perfecto.
En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició la tarea. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente la tosca madera se convirtió en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el serrucho dijo: "Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Esto es lo que nos hace valiosos. Dejemos de lado nuestras fallas y concentrémonos en la utilidad de nuestros meritos."
La asamblea pudo ver entonces que el martillo es fuerte y el tornillo uno, la lija pule asperezas, el metro es preciso. Entonces se vieron como un equipo capaz de producir muebles de calidad. Esta nueva mirada los hizo sentir orgullosos de sus fortalezas y de la oportunidad de trabajar juntos. En consecuencia, no fue necesario echar a nadie.
Extraído de Marcelo Roffé, Psicólogo deportivo de las Selecciones Juveniles de Fútbol durante el periodo de José Pekerman
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